Donde hay niños hay sonrisas.
La sonrisa es un indicio de alegría y felicidad.
Ayer, en el parque, apenas se oían risas, dos niños jugaban con mascarilla aislados el uno del otro sin mirarse ni hablarse.
Nos fuimos.
¿Conoces el cuento del flautista de Hamelin?
El coronavirus ha sido y es como el flautista de Hamelin.
Durante el confinamiento, las risas de los niños se ausentaron de las calles, de los colegios y de los parques. Ya no abrazaban a sus abuelos y ya no jugaban entre ellos. Alguien se los había llevado.
El silencio es bueno, la ausencia de alegría, no. Puede que en las casas intentemos poner humor y reírnos pero en el aire no se respira ese humor ni esa mágica y poderosa alegría, tan de ellos.
Hoy quiero hablar de los niños y del flautista que nos los ha robado. Quiero defender sus derechos porque a veces parece que no tienen voz y su esencia es también la de nuestra humanidad.
Quizás no tengas hijos pero una vez fuiste una niña y dentro de ti, esa niña jugaba, ese niño que vivía, aún late.
Toda nuestra vida dio un giro hace unos meses, la de ellos también y no sé si hemos analizado bien estas consecuencias. El pensamiento humano actual de la sociedad es el de analizar las cosas de una forma lineal, es decir según van pasando, una por una, en vez de ir al trasfondo y a la globalidad de todo lo que envuelve una acción. Además, también actuamos sin verdadera responsabilidad y coherencia hacia las acciones presentes, restamos importancia a cosas que las tienen y después buscamos la solución “a toro pasado”.
Los niños tienen la mágica capacidad de adaptarse a todo pero éso también es una gran vulnerabilidad. Subsistir o resistir no es lo mismo que vivir. Creo que estamos obviando algo más profundo.
Los niños son como esponjas y no creo que el hecho de sentir el miedo del mundo que les rodea sea algo positivo ni bueno para sus futuras vidas.
Un adulto puede verse marcado, puede ver marcada su estructura de vida, pero un niño verá marcados sus pilares, aquellos a partir de los cuales construye la suya
¿Qué están aprendiendo y absorbiendo nuestros niños durante todo este tiempo?
Les hemos apartado de sus zonas de recreo y de los suyos
Los adultos, durante el encierro, seguíamos teniendo algunas de nuestras zonas habituales. Podíamos ir a la compra, algunos al trabajo, llamábamos o enviábamos mensajes a nuestros amigos. Ellos, sobre todo los más pequeños, no tenían nada de esto.
Algunos de nosotros, los más afortunados, pudimos volver a nuestros lugares de trabajo o hacer teletrabajo. Ellos, no volvieron a sus colegios.
Pudimos salir a hacer deporte, reunirnos en las terrazas y después en los restaurantes y bares. Ellos, no pudieron hasta hace nada ir a sus parques.
Llegará septiembre, y si bien en los centros de trabajo se puede estar sin mascarilla, aún tenemos dudas de si ellos podrán volver a sus colegios y de si a ellos les obligarán a llevar mascarilla.
Ayer leí una noticia en elmundo.es sobre la desescalada educativa. Decía que los niños hasta cuarto de primaria podrían en principio ir sin mascarilla.
¿Qué pasa con el resto?
- ¿Quién les va a explicar a estos niños que otros que están en su mismo colegio y con los que comparten zonas comunes no deben llevar mascarillas?
- ¿Quién les va a decir que sigan usándola cuando estén en el patio corriendo?
- ¿Quién va a reinventar los juegos de los niños, para que no se toquen, para que no se abracen o para que no compartan todo lo que tienen que compartir?
- ¿Quién va a analizar o a mirar toda esa nueva forma de aprender y las secuelas de esos cambios que estamos dejando en sus pequeñas vidas?
- ¿Qué pasa con el tiempo que van por la calle o el tiempo en el que juegan en el parque?
He leído a algún psicólogo que decía que los niños pueden aprender a ponerse la mascarilla mejor que cualquier otro adulto. Quizás, deberíamos analizar no sólo un comportamiento o su adaptación a él, sino también observarlo desde un punto de vista más antropólogico, buscar más allá, analizando que va a ocurrir con la verdadera psyque del niño, con su verdadera alma y no sólo con si puede o no domesticar su carácter o su personalidad.
¿Es eso lo que realmente queremos? ¿Domesticarlos?
Les hemos hecho ser mayores y hacerse responsables antes de lo que les toca por edad.
Me pregunto si estamos siendo justos y coherentes con ellos.
Ha habido cosas positivas durante el encierro, muchos han pasado a estar más tiempo con sus padres pero los niños necesitan estar con otros niños, aprender de ese entorno.
¿Qué pasa con su manera de jugar?
Los niños aprenden jugando, interactuando, mirando, tocando y sobre todo aprenden sintiéndose seguros y protegidos.
El peor enemigo del sistema inmune es el miedo, éste, sumado el estrés ante la situación de alerta constante que mantenemos, son los mejores aliados del COVID y nuestros niños son un gran ejemplo de cómo se combate el miedo.
El flautista de Hamelin les ha robado prácticamente todo, su escuela, sus amigos, sus parques, sus juegos y todo ese conjunto, es lo que les representa a ellos, a su forma de aprender a vivir y con ello a defenderse.
Me pregunto si todo esto es obra de un único flautista. Yo creo que no, que no podemos echarle la culpa de todo. El flautista está aquí porque “algo” sucedió. El futuro forma el presente y el presente conforma el futuro. Cuando estos niños sean adultos ese mismo “algo” formará parte de ellos. No todo lo que está ocurriendo entorno a los niños es cosa del flautista de Hamelin. Quizás debamos empezar a ser coherentes hoy para luego no tener que analizar las consecuencias.
La sociedad tiene mucho que aprender y mucho que cambiar y los niños son grandes maestros, no domestiquemos su alma, su esencia antes de tiempo.
Tengo la sensación de que este virus nos ha secuestrado una buena parte no sólo de la niñez sino de lo que ésta representa en el mundo, y es una lástima, porque es esta esencia la que mejor nos pueden mostrar cómo hacerle frente.
Ellos, son los verdaderos soldados de toda esta batalla, el verdadero ejemplo a seguir. No dejemos que el coronavirus nos los robe.
Este virus ha venido a mostrarnos nuestros miedos y nuestras necesidades reales, a desmontar espejismos de cosas vanas y materiales que no necesitábamos y a sesgar con su guadaña apegos a cosas ridículas y no prioritarias.
¿Qué es lo que tememos de los niños? Si son los menos afectados, ¿por qué al final son los más coartados?
¿Y vosotros?¿Y tú?¿Te preguntas algo? ¿Acaso no te preguntas por qué el COVID apenas es una amenaza para ellos?
Y yo les miro, y entonces ellos con sus actos me contestan: ellos no tienen miedo, o al menos no tienen tanto miedo como los adultos y ése es el gran escudo mágico que les hace casi invulnerables.
No quiero que pierdan su escudo. Más bien al contrario, me encantaría que todos tuviésemos ese mismo escudo.
Los niños aprenden relacionándose, aprenden tocándolo todo y llevándose las manos y los objetos a la boca, lo hacen de la misma manera que lo hace su sistema inmune, relacionándose, sin miedo.
Un niño sin risas, sin travesuras, sin decisión, sin espontaneidad y con incertidumbre, no es un niño, eso, es más bien un adulto con un escudo lleno de agujeros y una lanza que no sabe dónde apuntar.
Necesitamos recobrar a nuestro guerrero interno, a ese niño, a esa niña que fuimos. Necesitamos risas, confianza y buena energía.
Todos estos atributos son los que fomentan un buen sistema inmune. Los niños se ocupan, no se preocupan, son en el arte del bien vivir nuestros grandes maestros. No les robemos más risas, riamos más con y para ellos.
Expliquémosles que no han de temer al bicho sino hacerle frente, expliquémosles que con los niños no pasa lo mismo que pasa con los adultos para que se calmen un poco y no sientan tanto temor, y expliquémosles que una cosa es prevenir y otra muy diferente es vivir con miedo.
Es osado lo que voy a decir pero siento que debo ser un poco atrevida como esos guerreros a los que defiendo. Respeto de corazón cada opinión pero yo no creo que ellos necesiten llevar mascarillas. Ellos tienen su escudo invisible. Éste, está hecho de seguridad, de alegría, de espontaneidad y de vida. Espero que no les sigamos robando todo eso y obligándoles a sentir nuestros temores día tras día. Las primeras defensas de verdad están y nacen de nuestro sistema inmune, de nuestro interior.
Si alguien, llámese coronavirus, papá, mamá, sociedad o gobierno, les obliga a llevar mascarillas, al menos deberíamos encontrar la manera de que no carguen con las mochilas llenas de nuestras preocupaciones y nuestros miedos. No les hagamos ver telediarios una y otra vez, no les amonestemos o sermoneemos constantemente con el no tocar o no abrazar y dejémosles seguir sintiendo algo de ese mundo mágico de la infancia que el flautista nos ha venido a robar, porque ese mundo es el único que tanto a ellos como a todos nosotros nos puede salvar.
Próximo post: El COVID y los niños. Parte 2. DEVOLVIENDO SONRISAS.