En el Post anterior os hablé sobre las sonrisas robadas de los niños.
¿Sabíais que los gorilas sonríen enseñando los dientes para mostrar al resto de la manada que pueden confiar en ellos y que no les van a atacar?
Sonreír es como un premio, un regalo, sólo tiene beneficios.
- 1. Es gratis.
- 2. Mejora nuestro ritmo cardiaco, nuestra vasoconstricción y nuestra tensión arterial.
- 3. Embellece el gesto y a las personas que lo practican entre otras cosas porque mejora la oxigenación en nuestras células y tejidos. Es mejor que hacerse una limpieza de cutis.
- 4. Estimula nuestros neurotransmisores, movemos nuestra musculatura.
- 5. Genera endorfinas que nos ayudan en nuestra Salud sobre todo frente a infecciones. O sea, mejora nuestro sistema inmune y de manera significativa ayuda a limpiar nuestras mucosas y nuestro sistema respiratorio.
- 6. En las mujeres se activan regiones cerebrales involucradas en la memoria y en el procesamiento del lenguaje cuando vemos algo que nos hace reír.
- 7. Aumenta nuestra resistencia al estrés provocando mecanismos y vías que lo liberan aumentando la secreción de la tan famosa serotonina que ayuda en la depresión y reduce las constantes ganas de picotear y comer. Además actúa sobre nuestro tejido conectivo previniendo la celulitis.
- 8. Mejora la sociabilidad y genera la cooperatividad.
- 9. Nos abre puertas y corazones.
- 10. Provoca cercanía y nos acerca a sentimientos más altruistas, más sinceros.
- 11. Mejora el ambiente familiar y laboral.
- 12. Mejora la Salud en general. Es como realizar una buena meditación, estimula la mayor parte de nuestras glándulas contribuyendo a mejorar o prevenir un sinfín de enfermedades como la osteoporosis, la diabetes o patologías del oído y la vista entre otras.
Estamos pasando por una etapa de dolor, de tristeza e incertidumbre.
Es básico fomentar actitudes que mejoren nuestro sistema inmune y todo aquello que pueda mejorar esta situación.
Dejemos ya de “cooperar”, de alimentar al COVID-19 generando más de lo que él mismo genera: lucha, enfado, desánimo, tristeza.
Cuando se vive una sensación de ALERTA o de pena, parece que sonreír es malo y casi parece hasta injusto.
Es como estar en un nudo y alimentar el mismo nudo. La tristeza genera tristeza.
Dicen que “la tragedia llama a la tragedia”, que “no hay dos sin tres” y que “las armas las carga el diablo”.
Las armas las cargamos nosotros, están en nuestro poder, el no hay dos sin tres funciona perfectamente para noticias buenas y la felicidad llama a la felicidad.
Somos los actores y narradores de una historia presente.
A veces, parece que nos retamos a ver quién es el más sufridor de todos.
Mucha gente alardea de lo mal que le ha tratado la vida o de lo mal que lo ha pasado él o alguien que ha conocido. De todo lo que le hizo su pareja, de lo mal que le trataron en el trabajo, del poco afecto que recibió de su madre, de lo mal que está el gobierno, la economía etcétera.
Las palabras tienen vida propia, energía propia. No nos damos cuenta de todo lo que generamos cuando las pronunciamos. El miedo se genera y contagia tanto o más que la tristeza.
Generar palabras alegres y actitudes alegres es clave.
Empatizar con el dolor ajeno nunca debe oprimir nuestra felicidad. Para todo hay un momento.
Debemos aprender a olvidar los apegos que tenemos hacia los pensamientos negativo y hacer un poco más como cuando éramos niños, cambiar el chip, volver a jugar con la vida, a emocionarnos con ella y a reír.
Nadie es malo por querer reír.
Echemos un vistazo a nuestro alrededor, al mundo y a la historia.
¿De verdad nos va tan mal como para no poder sonreír un poquito más a menudo?
Nunca sabemos lo que puede ocurrir mañana pero quizás sea peor que lo que vivimos en el día de hoy.
¿Esto no tendría que ser un motivo suficiente para sentir un poquito más de felicidad?
¿Os acordáis del personaje de “Un cuento de Navidad” de Dickens?
Hay gente que no soporta a los niños.
Con las sonrisas pasa algo parecido, enfadan y ofenden a aquellos que ya se sienten ofendidos o enfadados con la vida. Ésta reacción es como una falsa envidia, tras ella, se esconde un secreto, un dolor, un recuerdo que se aviva al ver la felicidad ajena y recordar de alguna manera en el interior el porqué del no sentir la propia.
Se puede ser respetuoso y compasivo sin perder la felicidad.
Reseteemos nuestros pensamientos cuando aparezcan sentimientos como la austeridad, el victimismo, la carga del mía culpa o de la constricción tan enraizados en el ADN transmitido por nuestros antepasados.
Todos tenemos derecho a ser felices, no pasa nada por sentirse bien y festejar las cosas buenas que nos ocurren en la vida.
Ya casi no preguntamos a la gente por qué no sonríe.
La pregunta que siempre hacemos a alguien es ¿por qué lo hace?
Y yo me pregunto: ¿y por qué no debería hacerlo?
Devolvamos a los niños, a nosotros mismos y al mundo entero, parte de todas esas sonrisas y alegría robadas de los últimos meses.
¿Cómo hacerlo?
Te cuento una pequeña experiencia personal. Espero que te sirva. La he puesto un título:
“Mi pequeño cuento navideño”.
Aquél día, había tenido unas primeras horas matutinas llenas de prisas. Me di cuenta de ello al sentarme en el vagón del tren. Iba en modo acelerado, toda mi energía representaba urgencia. Mi cuerpo, a pesar de estar sentado, aún estaba como en actitud de movimiento, ni siquiera estaba bien apoyada sobre el respaldo y mis piernas aún parecían contener la postura como si de un momento a otro alguien me fuese a quitar el asiento por detrás.
Me reí de mí misma. Acto seguido pensé que tenía que cambiar el chip.
Se me ocurrió intentar comprobar si era cierto que tras una sonrisa forzada podía conseguir una sonrisa verdadera.
Hemos normalizado las malas caras. Sin embargo, si vas con una sonrisa, la gente en general piensa cosas extrañas, pudiéndose incluso generar una situación confusa, sobre todo si vas sola.
Aquél día tenía la tapadera perfecta. Ahí estaba, mi fantástica mascarilla y algo positivo para sacar de aquella situación. Ésta me daba luz verde, me cubría las espaldas al ocultar parte de mi rostro y me permitía sonreír sin más hasta hartarme sin que nadie lo pudiese advertir.
Sin más, empecé a sonreír bajo la mascarilla.
Ese día en el tren, comencé forzando la sonrisa, poco después, una niña se quedó mirándome. Iba sobre las rodillas de su padre, tendría unos 2 años, no llevaba mascarilla. Empezó a sonreírme.
Poco a poco, mi sonrisa dejó de ser un juego nuevo y comenzó a cambiarme algo por dentro.
Empecé a sentir burbujas de esas que te suben por el pecho y te emocionan, la niña seguía allí, sin apartar su sonrisa de mí, como si fuese un reto.
Entonces empecé a sentir una mezcla entre empatía y pena, dolor y confusión.
Me comencé a hacer las preguntas que ya os he mencionado. ¿Por qué nos cuesta tanto sonreír? ¿Por qué a veces parece un tabú y no lo hacemos mucho más a menudo?
La niña siguió mirándome.
La pena empezó a desvanecerse.
La sonrisa me empezó a calar por dentro, como si se fuese propagando en mi interior.
Dos o tres lágrimas salieron de mis ojos, eran de esas lágrimas que no llamas con pensamientos sino que llegan como el viento.
Y entonces pasó.
Mi sonrisa se abrió de verdad.
Sentí que en realidad era una persona con mucha suerte. Aquellas lágrimas sólo expresaban lo que antes había intentado forzar, ALEGRÍA. Junto a la alegría vino el agradecimiento, ya nada era tan importante, se me había olvidado por completo el estrés de las primeras horas. El medio malhumor sin sentido se había ido con la humedad de mis lágrimas como un barquito de papel parte con la marea.
El experimento había resultado positivo.
La niña y yo sentíamos y vivíamos lo mismo: una sonrisa verdadera.
Me gustaría pedirte una cosa. Aunque para ello tengas que adiestrar a tu cuerpo para que recuerde cómo se hace:
Deja que tu alma sonría y comparte sonrisas.